Regresar a Madrid tras una década lejos de casa puede ser un viaje emocional y revelador. En este relato, se entrelazan la nostalgia, la música y las conexiones humanas en un entorno vibrante, el de Malasaña, donde el flamenco y la vida nocturna se unen en un abrazo cultural. Aquí, la historia de un músico se convierte en un testimonio sobre la amistad, la música y la búsqueda de identidad en un mundo que parece haberse transformado.
El regreso a Madrid: desconexión y reencuentro con la música
Tras diez años en el extranjero, en ciudades como Viena y Cuba, regresé a Madrid sintiéndome desconectado de mi tierra. Aunque mantenía lazos familiares y disfrutaba del paraíso natural de Galicia, la música española se había convertido en un territorio desconocido. Mis amigos de antaño, dispersos en sus propias vidas, y las amistades que había forjado en el pasado parecían ahora lejanas.
Mi primer contacto significativo con el mundo musical español vino a través de mi trabajo como director de Deutsche Grammophon en Universal, entonces PolyGram. Aunque la escena de la música clásica es reconocida por su elitismo, yo había desarrollado una conexión más auténtica con la cultura musical de la capital austriaca, donde el flamenco había comenzado a cautivarme. Mi deseo de estudiar este género desde una perspectiva musicológica se hizo más fuerte, y me sumergí en la escena flamenca madrileña.
Inmersión en la cultura flamenca de Malasaña
En mi búsqueda de la música flamenca, no me perdía conciertos en lugares emblemáticos como el Johnny y Casa Patas. Conocía a personajes como Rufo, el encargado de Casa Patas, que me permitía asistir a las actuaciones de artistas legendarios como Chano y Agujetas. La atmósfera vibrante y auténtica de esos espacios me recordaba la esencia del flamenco, y mi interés por el género se intensificaba con cada actuación.
En esos ambientes, observaba a dos figuras que destacaban: el bachiller Gamboa y el hidalgo Juan Verdú. Mi deseo de acercarme a ellos creció, aunque al principio se mostraron algo distantes. Mi llegada desde Viena, como un musicólogo gallego, les hacía desconfiar de mis intenciones. Sin embargo, el destino quiso que conociera a Morente, lo que me facilitó la entrada a la cueva donde se celebraban las fiestas flamencas.
La cueva de Candela: un espacio de revelación
El Candela se convirtió en mi refugio, un lugar donde el flamenco fluía como el agua. Allí, escuché a grandes nombres: Camarón, Gerardo Núñez, Enrique y Pepe Habichuela. Mi conexión con esos artistas y sus sonidos me llevó a conocer a Joaquín Grilo y a recordar viejos encuentros en la Bodega Manchega de Viena. Mi insistencia para integrarme en el grupo finalmente dio sus frutos cuando Gamboa me citó en La Rosa, un bar en la Plaza del Dos de Mayo, donde se formó la Orquesta Nacional de Malasaña.
Este grupo era una mezcla ecléctica de músicos y amigos, liderados por Gamboa, su esposa Marisé, y otros personajes entrañables como Carlos Herrero y Nicolás Dueñas. La energía de esos encuentros se extendía a cada rincón de Malasaña, y cada vez que Morente llegaba, su presencia iluminaba la noche. El ambiente era tan contagioso que el arte del flamenco se volvía un ritual en el que todos participábamos.
El ritual de los miércoles y el arte del cuplé
Los miércoles se convirtieron en un ritual sagrado. En cada encuentro, me esforzaba por no faltar, llevando conmigo un par de hojas con cuplés y pasodobles que había escrito. Estos eran mis homenaje a las situaciones del día a día, desde la política hasta lo cotidiano. Con cierta facilidad para la rima, mis letras eran recibidas entre risas y aplausos. La comunidad se unía en torno a la música, creando un ambiente donde todos eran bienvenidos.
- Comparaciones ingeniosas sobre la huelga general y la vida del Mago.
- Rimas que narraban experiencias de la vida diaria.
- Momentos de alegría compartidos a través del arte.
Aprendí a acompañar el cante con la guitarra, gracias al método de prueba-error que me enseñaba Gamboa. Cada encuentro no solo era una celebración de la música, sino también una oportunidad para crecer como artista.
Grabar discos y la evolución de la Orquesta Nacional de Malasaña
Un día, la orquesta decidió grabar su primer disco en Musigrama. Con un repertorio que mezclaba lo tradicional y lo innovador, grabamos temas como El blues de Sitting Bull y Fandangos de Isabel. La fusión de estilos y la pasión que llevábamos a la música resonaban en cada nota. En el segundo disco, rendimos homenaje al centenario del Atleti de Madrid, donde la afición se unía bajo la misma melodía.
Las Sevillanas Colchoneras, basadas en las Corraleras de Lebrija, fueron uno de mis aportes más queridos. Aunque la ejecución fue compleja, logré incluir voces de amigos como Juan Luis Cano y Salomé Pavón, convirtiendo la grabación en un esfuerzo colectivo. Además, los tanguillos colchoneros de Nicolás Dueñas también encontraron su lugar en la historia de la orquesta.
La transición y la dispersión de los Magos de Malasaña
El Mago original cerró sus puertas, llevándonos a lugares como La Vaca Austera y La Ferroviaria. La cueva de Paco Carvajal se convirtió en un nuevo hogar, donde el ambiente se volvía cada vez más vibrante y lleno de vida. Los Magos se convirtieron en una universidad de flamencura, ofreciendo recuerdos imborrables y enseñanzas esenciales sobre el arte del flamenco.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la dispersión se hizo inevitable. A pesar de continuar en diferentes locales, la esencia del grupo se desvaneció, especialmente tras la pérdida de Vicente, el alma del conjunto. Su ausencia marcó el final de un ciclo, dejando un vacío en el corazón de quienes compartimos aquellos momentos.
Reflexiones sobre el flamenco y su identidad
Tras mudarme a Cádiz, me percaté de la animadversión que existía en Andalucía hacia los flamencos de Madrid. La razón detrás de este fenómeno siempre me resultó confusa, considerando que el “Madrid Flamenco” tenía raíces profundamente andaluzas. Este sentimiento de desconexión cultural es un recordatorio de cómo la música puede unir, pero también dividir, dependiendo de las percepciones y los contextos regionales.
En mi viaje musical, he aprendido que el flamenco, en su esencia, es una celebración de la vida, la emoción y la historia compartida. Las experiencias vividas en Malasaña y la influencia de artistas como Morente han dejado una huella indeleble en mi vida, recordándome constantemente el poder transformador de la música y la comunidad.




























